Este relato comenzó como un simple microrrelato en Twitter del 26 de octubre de 2020, que acabó enlazándose con un nuevo tuit cada día hasta acabar el 9 de diciembre. Cada párrafo se correspondería a un tuit de un día diferente. Supongo que daría para mucho más si estuviese bien escrito, sin chorradas de tuits, pero de momento se queda así. La verdad que fue muy entretenido ir escribiendo la historia de poquito a poquito, todo sea dicho.
...
Aquel insecto alienígena siempre me pareció un desperdicio de la naturaleza, con sus solo veinte horas de vida. Pero ahora que sé que sobrevive eliminando la voluntad de su huésped y que tengo uno en el oído, he comenzado a tenerle respeto. O más bien miedo.
Salgo de mi cubículo para ir a la enfermería de mi sector. Le tengo que contar al doctor lo que he descubierto y extraer el bicho antes de que me pase algo. Pero no llego. Pierdo la consciencia durante un parpadeo y me despierto en la cocina, comiendo. ¿Cómo he llegado aquí?
Tengo una abundante pila de restos de comida delante de mí, aunque no me siento lleno, más bien hambriento. ¿Adónde quería ir antes? No lo recuerdo, así que vuelvo a mi cubículo, a descansar. Mañana me toca seguir investigando los alrededores de la colonia abandonada.
Me despierto hecho polvo. He dormido casi diez horas, no he oído el despertador, pero estoy como si no hubiese pegado ojo. Me cuesta recordar qué pasó ayer. Me levanto, ducha, café y a trabajar. Ya podré pensar más cuando acabé el corto día de quince horas de este planeta.
Llegar a la colonia abandonada me trae recuerdos. Al andar entre los restos de pequeñas cabañas de plástico me viene a la mente el diario en papel que encontré allí. Hablaba del insecto que ahora está en mi oído. Es verdad, se lo tenía que contar al doctor.
De pronto, oigo cerca un zumbido familiar. Me asusto al sentir una respuesta desde mi oído. Me acerco al origen del primer ruido y me encuentro, pegado a la pared de una cabaña, una especie de panal. De allí surgen varios insectos conocidos. Me mareo, todo se me nubla.
Estoy en uno de los pasillos de la base, no tengo claro en cuál. Hace un momento creía estar en la colonia abandonada, haciendo mi turno. ¿Cómo puedo no acordarme de cómo he llegado hasta aquí? Me miro las manos, las tengo pegajosas, pero no sé de qué.
Se abre una puerta delante de mí. Glenn sale de su cubículo. Me da rabia cruzarme con él, no lo soporto, siempre incordiando. Intento disimular dándome la vuelta, pero me ve y exclama:
—Vaya, mira a quien tenemos por aquí, contigo quería yo hablar.
«Pues yo no» pienso.
Me empieza a sermonear por esos informes de mierda que me pidió hace días y que no he tenido tiempo ni de comenzar. Con la fatiga que tengo, intento dejarlo atrás mientras le respondo de mala manera que tengo prisa, que ya se lo daré cuando pueda. Sin embargo, me bloquea el paso.
Empiezo a irritarme a la vez que siento el zumbido en el oído, lo que me pone aún de peor humor. No puedo aguantar, explotó, le grito para que me deje pasar y le doy un empujón. Hasta yo me sorprendo de mi fuerza. Glenn sale disparado contra la pared y se golpea en la cabeza.
Con preocupación, me arrodillo junto a él para ver qué tal está. Está inconsciente, pero no muerto, aún respira. Su nuca sangra por el mal golpe. Quiero hacer algo y rápido. Pero, de pronto, me doy cuenta de lo mucho que huele la sangre. Y del hambre que tengo.
Creo que he vuelto a perder la consciencia. Recuerdo llevar a Glenn a cuestas para esconderlo en un cubículo, quizá el suyo. ¿Lo he hecho realmente yo o era otra persona? Y ahora veo ahí su cadáver. Con sangre por todas partes. No sé qué he hecho, pero sé que ya no tengo hambre.
Me asusto tanto que salgo del cubículo corriendo sin control. Me dirijo a mi habitación, donde solo quiero encerrarme para meditar. Al llegar, me acurruco en la cama, sin conseguir pensar claro. ¿Qué demonios he hecho? Un zumbido en mi oído me relaja y me voy quedando dormido.
Me despierto. Me cuesta recordar donde estoy, otra vez. Pero, cuando lo hago, lo tengo todo claro. Salgo de mi cubículo, sin lavarme ni nada, aún con sangre de Glenn en mi piel y ropa, y me dirijo a ver al doctor. Tiene que ayudarme a sacar al insecto del demonio.
Llego a la enfermería y entro sin llamar. El doctor está allí, sentado junto a una mesa, ocioso. Llamo su atención y levanta la cabeza, pero me mira como si no me reconociese. Ni siquiera se escandaliza por las pintas que llevo. —Doctor, necesito tu ayuda —y él no me responde.
Entonces me doy cuenta de que el zumbido ha vuelto a aparecer. Pero no viene de mi interior, sino que suena justo donde está el doctor. Bajo su mesa veo con temor un panal, aquel que encontré en la colonia abandonada. Y, desde mi oído, escucho un ruido de bienvenida.
—¿Tú también? —le preguntó con horror, pero sus ojos me miran como sin vida. Huyo de allí, de espaldas, mirándole aterrorizado, y vuelvo sobre mis pasos sin tener muy claro adonde dirigirme. Es entonces cuando delante de mí, girando al fondo del pasillo, aparece la comandante.
Ella puede ser mi salvación. Le intento pedir ayuda, pero solo consigo balbucear, la boca me deja de responder y me quedo paralizado, escuchando el odioso zumbido. La comandante se me queda mirando con detenimiento, confundida, asqueada, mientras echa mano a la funda de su arma.
—¡No te muevas! —me dice, a la vez que levanta su pistola. Recuerdo las pintas que llevo, cubierto de sangre. Intento hablar con ella, decirle que el insecto me controla, pero no puedo hacer nada. Me he convertido en un mero observador dentro de mi propio cuerpo.
—¡Has sido tú el que se ha cargado a Glenn! —descubre sorprendida. Me voy acercando a ella, pese a que no le estoy dando ninguna orden a mis músculos. Lenta y amenazadoramente. —¡No te muevas o disparo! —la comandante no es famosa por su paciencia. Me dispara.
Caigo al suelo, pero no siento dolor, solo un cosquilleo. Quizá sea lo mejor, poder acabar con esto sin sufrir. La comandante se acerca para ver cómo estoy. En ese momento entra en mi campo de visión el doctor, que se acerca a ella inocentemente. Quiero avisarla, pero no puedo.
Oiga que la comandante le dice «no te acerques, puede ser peligroso» justo antes de que el doctor le clave hábilmente un bisturí en el cuello. Comienza a manar sangre, se echa la mano a la herida y le mira con estupefacción, mientras el doctor la patea para derribarla.
Me levanto y comienzo a andar como si no acabase de recibir un tiro. Llevamos a la comandante, ya muerta, a la enfermería. Y empezamos a devorarla con hambre. Es vomitivo, pero no puedo dejar de mirar. El insecto no me devuelve el control, pero tampoco me deja caer inconsciente.
Durante las siguientes horas colocamos el panal en ubicaciones estratégicas. Veo todo lo que hago sin poder reaccionar. Parece que el insecto sabe dónde dirigirse, como si pudiese leerme la mente, usar mis propios recuerdos.
Al acabar el día, tres de mis compañeros también se han convertido en anfitriones. El insecto, contento con su trabajo, me deja descansar e intenta que duerma. Yo solo quiero llorar, pero ni siquiera eso puedo hacer.
Me despierto. El insecto me levanta y observa a mi alrededor. Echa un vistazo a la herida y la toca, siento algo de dolor, pero no con la intensidad que debiera. Si estoy de suerte, lo mismo consigo morirme desangrado o por alguna infección.
El insecto debe entender o intuir lo que pienso, porque se ha comunicado con el del doctor, que me ha intentado hacer unas curas. Muy básicas. Comienzo a pensar que adquieren algo de nuestro conocimiento y habilidades. Quizá no todo, pero si parte.
Nuestros cuerpos se ponen en marcha. Colocamos el panal en un pasillo, oculto, y pasamos el día escondidos, porque seguramente nos estarán buscando a nosotros o a la comandante. Cuando llega la noche en aquel planeta, otros dos compañeros pasan a ser nuevos anfitriones.
Por la mañana volvemos a buscar el panal otra vez. Cada vez que lo cogemos parecen revolotear más insectos a su alrededor. Durante varios días lo vamos colocando en distintos sitios. Hasta que estimo que unos doce o trece compañeros han sido también poseídos, quizá más.
¿Cuánto tiempo aguantará vivo el insecto en mi interior? Espero que le quede poco o que me pueda morir yo antes, poder abandonar este suplicio. Pero el maldito aguanta dentro de mí más allá de las veinte horas que habíamos calculado.
Por fin dan con nosotros, llevando en panal a otro sitio. Con las pintas que llevo, llamo mucho la atención. Tres militares nos intentan detener. Abren fuego cuando el doctor derriba a uno de un duro golpe y lo deja inconsciente, con el arma rodando por el suelo.
El doctor cae tras varios disparos, espero que muerto. Deseo con todas mis fuerzas que ahora me disparen a mí y que el insecto no pueda salir de esta. Pero el muy bastardo me hace recoger la pistola caída y disparar. La fortuna le acompaña y consigo matar a los dos militares.
El insecto emite un zumbido y pronto aparecen otros dos poseídos. Entre los tres, sacamos de allí los cadáveres para esconderlos en uno de nuestros cubículos. Y comienza un nuevo y horrible festín.
Cuando la estación se quiere dar cuenta, los insectos ya la han conquistado. En unos pocos días la mitad de los colonos han sido poseídos y la otra mitad han sido asesinados. El día en el que acaba la oposición, nos hacen arrastrar cadáveres al exterior, ordenadamente.
Cargamos con nuestro botín de muertos durante varios kilómetros, hasta llegar al denso bosque del norte, aún inexplorado. Nada nos corta el paso. Nos cruzamos con una fiera alienígena que decide que no somos un buen bocado y pone tierra de por medio.
Llegamos hasta el centro del bosque, donde residen los árboles más altos de los alrededores. Allí hay uno especialmente ancho, de enormes ramas tupidas, hundidas bajo su propio peso. En su base descubrimos un agujero, una entrada, por donde vamos pasando todos los poseídos.
El hueco nos lleva bajo el árbol, donde se extiende una amplísima caverna. La poca luz exterior que consigue entrar me permite ver restos óseos por todas partes. Reconozco alguna calavera humana, pero también multitud de huesos y cráneos que no pueden ser humanos.
Pero lo que más me llama la atención es aquel medio centenar de cosas parecidas a capullos de seda enormes, colgando de las raíces del árbol que surgen del techo. En cada uno distingo el rostro de alguien o algo que hace mucho que dejó de estar vivo.
Nos reciben dos mujeres decrépitas que visten harapos, los restos de lo que fue el uniforme de la antigua colonia abandonada. Deben de ser las últimas supervivientes de una población desaparecida sin explicación. Aunque quizá supervivientes no sea la palabra correcta.
Guiados por las dos mujeres, comenzamos a colgar los cadáveres de raíces, que empiezan a segregar un líquido que les van cubriendo. En cuestión de minutos, nuevos capullos acaban conteniendo sus cuerpos sin vida.
Después, la mayoría de los poseídos se cuelga también de las raíces y se dejan cubrir por el líquido. Siento el zumbido de los insectos al salir de su interior y mis compañeros, libres del parásito, comienzan a gritar y removerse para escapar de aquella nueva prisión.
Las dos antiguas colonas también se cuelgan, pero no gritan cuando los insectos las abandonan. En su lugar, lloran y dan gracias a algún ser superior. Una de ellas me mira, con la locura en sus ojos, y mueve los labios con un silencioso «lo siento».
Dos nos quedamos sin colgar, los nuevos vigilantes de aquel sitio. Rodeados de huesos, cadáveres y cuerpos inconscientes, pero aún con vida. Y sin poder hacer nada más que mirar lo que los insectos hacen con nuestros cuerpos, hasta que llegue otra especie de la que alimentarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Al introducir un mensaje, se mostrará el usuario Google con el que has realizado dicho comentario. En caso de no querer mostrarlo, por favor no insertes ningún comentario.