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domingo, 20 de diciembre de 2020

Microrrelato: Una caja en la puerta de Papá Noel

Papá Noel estaba exhausto después de una larga noche de trabajo. Tras aparcar el trineo frente a su casa de tejado nevado, iba soltando a sus renos mientras les daba una palmada cariñosa en el lomo. Notaba a Briosa enfadada, siempre furiosa porque los demás iban demasiado lentos, resignándose a ir más despacio para poder trabajar en equipo. Ya la dejaría mañana correr libre para que se desquitase.

Cuando estaba por fin liberando a Rudolph, se dio cuenta de que, junto a la puerta de entrada, abandonado en el manto blanco, esperaba un paquete bien envuelto en papel de regalo, decorado con cinta y pegatinas de corazones. Se acercó, sorprendido, pues nunca recibía nada que no fuesen las cartas de sus niños.

Imagen de Bruno /Germany en Pixabay

Lo recogió para ver si podía estar equivocado, pero en el remite ponía claramente su nombre: «Papá Noel, Casa de Papá Noel, S/N, Rovaniemi, Laponia». Giró la caja para ver el remitente, Leti de Ciudad Real. Sí, por supuesto que la recordaba, era una niña buena de siete años que aquel año, misteriosamente, no le había enviado carta.

Papá Noel se preocupó, ¿quizá habría llegado tarde su deseo?, y comenzó a desenvolver el bulto para ver qué contenía. ¿Qué podría haber pedido para necesitar una caja y no un sobre? Sus dedos soltaron el papel de colores navideños sin añadir ni una arruga, ni un corte, dejándolo completamente liso, como nuevo, como si nunca se hubiese utilizado. Lo dejó apoyado en el banco de la entrada de casa, donde tomaba chocolate con nubes cuando el tiempo se lo permitía, y abrió el paquete de cartón.

Dentro, protegido por papel de burbujas, había un tarro de cristal. No era nada especial, solo uno de esos de comida, no muy alto pero sí ancho. «Guisantes Rodríguez», decía la tapa verde.

Sacó el tarro para descubrir, en su interior, una figura de un monumento hecha con pequeñas piezas de construcción. A los ojos de cualquier inexperto, aquello parecería algún tipo de arco del triunfo. Pero Papá Noel tenía claro que se trataba de la Puerta de Toledo. Un trozo de papel, pegado en la parte inferior del tarro, no dejaba lugar a dudas, «Ciudad Real».

Al girarlo, bolitas de porexpán comenzaron a crear una tormenta de nieve en su interior. A Papá Noel se le cayó una lagrimita de sus ojos. Era la única ciudad del mundo de la que aún no tenía bola de Navidad.

Por fin, había acabado su colección.

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