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viernes, 18 de febrero de 2022

Microrrelato: ¿Queda mucho, mamá?

Marta echó una rápida ojeada hacia los asientos de atrás del coche, para ver cómo estaban sus hijos. El más pequeño debió de sentir el movimiento, porque pronto comenzó a preguntar:

—¿Queda mucho, mamá?

—Sigue quedando una hora —respondió ella con resignación—. No hace falta que preguntes cada cinco minutos.

—Es que me aburro.

—Tú sigue jugando.

Marta se giró, suspirando. Qué impacientes eran los dos. Sara, la mayor, ya no era tan pesada, pues se había acostumbrado a esos viajes tan largos, pero Ricky aún lo llevaba muy mal.

Se quedó pensando en su infancia, cuando a ella le tocaba hacer ese mismo trayecto, con sus padres alternándose para conducir y parando a menudo para estirar las piernas. Ya le gustaría ver a sus hijos en aquel entonces, a ver si lo aguantaban.

Pero no, ahí estaban, quejándose, como si todo fuesen sufrimientos. Estaba el interior del vehículo a cuatro temperaturas diferentes, una por cada ocupante, y con los asientos reclinados hacia atrás y calefactados a la temperatura elegida por cada uno; con los vaporizadores activos sobre ellos para mantener una humedad correcta y no deshidratarse; con el casco neural puesto, que les permitía jugar con sus amigos, reproduciendo en sus mundos virtuales los cinco sentidos directamente en su cerebro gracias a todos los cablecitos que se conectaban con ventosas a sus cabezas. Y, aún así, se quejaban porque no habían llegado aún a su destino, como si todo aquello fuese muy duro.

Gruñendo por la suerte que tenían los niños de ahora, se volvió a acomodar en su asiento con su infancia en mente. Ya le gustaría ver a sus hijos sin esas comodidades que ella no pudo disfrutar de pequeña; teniendo que viajar con una única temperatura fijada para todos por el aire acondicionado; con solo una botella de agua o un refresco en la bandeja para refrescarse; con una única tablet, compartida con sus dos hermanos para ver una película de una pequeña lista de diez o quince. Ya le gustaría ver a sus hijos entonces.

Miró la carretera que tenía delante y comprobó en el GPS el tiempo exacto que quedaba para llegar al pueblo. Cincuenta minutos. Después, reclinó un poco más su asiento, bajó medio grado la temperatura de su zona y recogió la videoconsola portátil de cuando ella era pequeña, para continuar la partida donde la había dejado. Mientras, el piloto automático del coche seguía tranquilamente su camino, sin ningún sobresalto.

Ya le gustaría ver a sus hijos vivir los mismos tiempos que había vivido ella de pequeña, ya.

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