Microrrelato publicado originalmente en Mastodon el 21 de diciembre del 2022.
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Imagen de ha11ok en Pixabay |
Revisaban la casa de su madre seis semanas después de su fallecimiento. No se habían atrevido a pasar antes. Todo era un vagar de tocar muebles, mirar cuadros, ordenar libros y llorar pena.
—Mira lo que he encontrado, Julio—dijo Natalia, llevando en una mano un grueso libro de García Márquez y, en la otra, la dama blanca de un juego de ajedrez.
Julio cogió la pieza, sorprendido.
—Caray, si la perdimos hace treinta años—comentó, mirándola con una mezcla de sorpresa y emoción.
—Estaba detrás del libro. Quién lo diría, tanto tiempo sin que nadie lo leyera—comentó ella.
Julio recordó entonces todas las partidas con su madre, con aquel ajedrez antiguo que ella había heredado del abuelo, de esos tan grandes como aquel García Márquez de tapa dura que sostenía su hermana, doblados por la mitad y cerrados con fuertes imanes. Cómo disfrutaba de aquellos momentos. Una lágrima intentó resbalar por su mejilla, pero él se negó con el dorso de la mano.
—Guardaba el ajedrez por aquí—dijo entonces, y comenzó a revolver por los cajones del armario del salón hasta que lo encontró, debajo de un montón de papeles, recibos, facturas y teléfonos apuntados. Una retícula de cuadros de mármol, amarillos y azabaches. Abrió el juego cerca del suelo, para que las piezas se esparcieran delicadamente sobre una alfombra que siempre creyó persa, y comenzó a ordenarlas. Dejó la reencontrada Dama Blanca para el final, dejando a un lado a la sustituta, dos piezas del juego de las damas, también blancas, una sobre la otra.
Le embargó la añoranza viendo aquello. Subió el ajedrez a la mesita pequeña, junto al desgastado sofá granate de grandes orejas donde le gustaba sentarse a su madre, y se lo enseñó a su hermana.
—Listo para una partida—le dijo, sonriendo.
Entonces su hermana se quedó pálida. Señaló el tablero con el índice derecho, boqueando sin poder vocalizar. Julio giró la cabeza y vio que el peón del Rey Blanco había avanzado dos casillas.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Tras unos segundos paralizado, se alejó del sofá y se acercó a la silla de mimbre de la esquina, la del cojín rojo. La arrastró para colocarla junto a la mesita, sin perder esta vez tiempo en volver a secarse las mejillas empapadas, y se sentó.
—Salida clásica, mamá —dijo, mientras seguía la jugada moviendo el peón del Rey Negro.
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